POLÉMICA / EL DEBATE DE LA EUTANASIA
Ton, consejero de suicidios
PAGAS 50 euros. Te recibe en casa. Le dices que quieres morir. Te aconseja cómo. Viajamos a Holanda para conocer al filósofo de la muerte, días después de que el ministro de Sanidad hablara de la eutanasia en España
JAVIER GOMEZ. Velp (Holanda)
El año pasado 120 potenciales suicidas acudieron a la consulta del holandés Ton Vink, de los cuales 15 consumaron su acción. Ha visto a más de 1.000 pacientes. / RAINIER ISENDAM
El año pasado, 120 personas acudieron cabizbajas al despacho recoleto de Ton Vink. Arrastraron su alma en pena hasta el idílico burgo holandés de Velp, a pocas pedaladas de la frontera con Alemania. Entraron en el 10 de la calle Ommershofselaa, un anónimo chalé de ladrillo visto. Icono global de la clase media sin historias que contar. Todos se arrellanaron en el mismo sillón de mimbre con tapicería de flores y ribetes negros que ocupa hoy el reportero de Crónica y dijeron: «Buenos días, estoy pensando en suicidarme». Quince de ellos ya no viven para contarlo.
Hartos de su vida, demasiado enfermos para disfrutarla o temerosos de que la vejez eche el telón, en cualquier otro país no les hubiese quedado más remedio que recurrir a los clásicos: soga o azotea. Y llenar, a su pesar, media columna en la sección de sucesos. En Holanda, optaron por pagar 50 euros y pedir hora con un hombre de 54 años, perilla de otra época y dicción pausada. En la puerta no hay letreros profesionales. La guía indica una vivienda particular. Dentro no ejerce un psicólogo. Ni un terapeuta. Tampoco un sacerdote. ¿La profesión de Ton Vink? Consultor de suicidios.
Los niños quieren ser futbolistas y a veces médicos, pero nadie sueña en el recreo con un futuro semejante. A este profesor de Filosofía, el interés por el destino último de las cosas le llega de David Hume, su pensador de cabecera. Un escocés que ya fue perseguido en el siglo XVIII por escribir un provocador ensayo titulado Sobre el suicidio. Tras militar en las filas pro eutanasia, contactó con la Fundación De Einder (Horizonte), que buscaba consejeros para tratar con personas que meditaban echar el cierre a sus vidas. De aquello, hace ocho años. Su trayectoria en este tiempo deja dos lecturas. Botella medio vacía: un centenar de personas siguió sus consejos para obtener las píldoras y morir de «forma apacible». A veces, él mismo asistió a ese último viaje. Medio llena: más de mil de sus pupilos cancelaron la mudanza definitiva de barrio.
«La gente se ha matado desde el inicio de los tiempos. Mejor es que puedan hablar con alguien y sopesar las consecuencias de su acto. Que eviten la culpabilidad a sus familias. Y su propio sufrimiento, optando por métodos más humanos que cortarse las venas o tirarse a las vías del tren», teoriza, mientras observa un cuadro amarillo, única nota de color de la estancia. Se lo regaló, como agradecimiento, el hijo de un hombre de 93 años al que ayudó a morir.
Aunque no reclama medallas, está convencido de que, sin un consejero para hacerles eco, buena parte del 85% de sus clientes que sigue con vida habría sacado un billete sin vuelta al más allá.
Con sus aires desmañados envueltos en una vetusta camisa de leñador, sus deportivas toscas de montaña y un pantalón que baila su cintura enjuta a pesar del denodado abrazo del cinturón, Ton Vink pasaría por un holandés cualquiera. En el diálogo demuestra la quintaesencia de las virtudes neerlandesas: racional, mesurado y defensor a ultranza de las libertades individuales. Tan lejos llega su celo sobre el libre albedrío que ni intenta disuadir a sus clientes del suicidio, ni les instiga a cometerlo. Ante todo, les escucha. Les sirve de «espejo», como repite varias veces durante la entrevista. Esta impavidez átona ante un match-ball a vida o muerte autoriza una pregunta áspera: «Por supuesto que soy más feliz si deciden seguir viviendo».
Si sale cruz, el consejero se convierte en el escultor del modus operandi. Informa al candidato sobre los ingredientes del cóctel mortal. Cómo adquirirlos. El tiempo que tardarán en hacer efecto. El único punto de la entrevista en que Vink se muestra silente. Sólo precisa que en internet «cada vez es más difícil conseguirlos».
A pesar de que la muerte se pasee por su casa con asiduidad, hubo un caso reciente que le dejó perplejo. El de Hans (nombre figurado), de 74 años. Enamorado de la vida, le notificaron un inicio de alzheimer todavía inapreciable. A Hans le quedaban varios años en plena forma, pero tenía miedo de no poder tomar la decisión si la enfermedad avanzaba. Su felicidad no le impidió dar el paso sin retorno. «Sí, a veces mi trabajo es difícil», se anticipa Vink, como un taxista mosqueado por los atascos. ¿A veces?
En España, el debate sobre la eutanasia se halla en pleamar desde que el titular de Sanidad, Bernat Soria, se mostró favorable, hace una semana en EL MUNDO, a la legalización de la muerte asistida. Como siempre en este tema, una vez la piedra lanzada, no hay cómo encontrar la mano. El ministro, que ya se pronunció en contra del suicidio asistido, rehusó detallar a Crónica si llevará a cabo su plan en caso de mantenerse tras las elecciones de 2008. Fuentes del Ministerio explicaron a Crónica que sería «impensable» que España autorizase los consultores de suicidios. Y eso que en España ya existe una versión light de estos orientadores.
EL PROGRAMA DEL PSOE
La asociación Derecho a Morir Dignamente (DMD) ofrece una consultoría a sus socios sobre lo que ellos llaman «autoliberación». Una terapia con voluntarios, que puede durar años. A diferencia de la modalidad holandesa, que entiende el suicidio como una opción más de la libertad humana, DMD sólo asesora hasta el final a aquéllos que cumplen los requisitos de la eutanasia: sufrimiento extremo, enfermedad incurable y petición motivada. Quienes padecen trastornos mentales, tienen problemas sociales o existenciales son escuchados, pero no acompañados ni aleccionados sobre cómo poner fin a sus días. «Estamos a 25 años de distancia de lo que ocurre en Holanda», reconoce Fernando Marín, presidente de DMD.
La sorpresa podría venir de un acelerón del Partido Socialista, en cuyo seno el debate prosigue con inusitada viveza. Los expertos no descartan la inclusión de una ley sobre eutanasia en el programa electoral. De confirmarse, se toparán con una empalizada del Partido Popular (PP), opuesto a cualquier regulación del derecho a morir.
Izquierda Unida (IU), Iniciativa per Catalunya y Esquerra Republicana son el trío que lucha desde hace años por legislar la eutanasia. Isaura Navarro, diputada de IU, no esconde su decepción con el Gobierno: «Estoy de acuerdo con Bernat Soria, pero en vez de hacer declaraciones al final de la legislatura, podrían haber apoyado nuestras iniciativas parlamentarias».
La dirigente izquierdista no hace ascos a introducir en España la figura legal de asesores como Ton Vink. Quien, pese a lo que pudiese parecer, no es un gran defensor de la eutanasia clásica: «Es el doctor quien decide si puedes morir y quien te mata. Esto anula la capacidad de decisión de cada individuo e inflige un sufrimiento añadido al médico. ¿No sería más fácil que lo hiciésemos solos?».
Para Ton Vink no hay pacientes, sino «clientes». Estos no se matan; «ponen fin» a su vida. El suicidio es «autoeutanasia». Y él no es salvador ni verdugo; sólo hace su «trabajo». Una labor cuando menos peculiar ejercida por otros once consejeros como él en todo el país, todos miembros de De Einder.
Tres mil personas se suicidan a diario en todo el mundo, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Durante esta entrevista fueron 375. Por cada una que lo logra, más de 20 lo intentan.
Un estudio realizado en Holanda, donde 1.500 personas apagan el interruptor de sus vidas cada año, indica que la mayoría de los suicidas son de clase acomodada y con estudios. Entre los visitantes del número 10 de Ommershofselaa se repite esta constante. El aconsejado medio tiene más de 50 años y una enfermedad que le imposibilitará valerse por sí mismo.
También hay deprimidos, jóvenes (el benjamín de los que dieron el paso definitivo tenía 29 años y su familia asistió al suicidio) y hasta quienes lo hacen por amor. Como una pareja de ancianos del norte de Holanda. Tras 60 años de matrimonio, les aterraba quedarse solos si el otro fallecía. Las conversaciones se prolongaron dos años. Cuando uno de los dos cayó enfermo, tardaron dos semanas en tomar la decisión. Se adormilaron al unísono.
Vink desarrolla una buena parte de sus consultas por teléfono, de manera gratuita. Muchos pasan años discutiendo con él hasta que se atreven a venir a Velp. Otros piden audiencia de inmediato. La única regla es que no hay reglas. Si están decididos, Ton les convoca de forma urgente: «Hay cosas que sólo se pueden preguntar mirando a alguien a los ojos». El pasado lunes, en la silla del reportero, se sentó una mujer de 55 años. «No es del tipo de los que ponen fin a su vida. No lo hará», predice Vink, con el mismo ojo clínico del frutero con los melones.
Vink no ha tenido clientes españoles, aunque sí ha recibido llamadas desde Alemania, Bélgica, Francia e Italia. Países donde no existe este tipo de ayuda. Lo que impone una prudencia suplementaria. «No querría quedarme sin poder ir de vacaciones a media Europa», comenta con sorna pero sin sonrisas.
Aunque Holanda sea el país más tolerante del mundo, a las autoridades no les complace la existencia de estos barqueros de la laguna Estigia. «Los médicos deben ser quienes diagnostiquen el sufrimiento terrible de un paciente. Sería mejor que la situación actual, en la que voluntarios no profesionales hablan con gente y les dicen cómo conseguir en internet las drogas que necesitan para matarse», atiza la ex ministra de Sanidad holandesa Elst Borst.
Ton Vink estuvo a punto de pagar su ocupación con la cárcel hace tres semanas, lo que le ha convertido en uno de los rostros más conocidos de Holanda. La Fiscalía pidió su condena, convencida de que fue cómplice necesario en la muerte de Mimi de Kleine. Esta mujer de 54 años decidió suicidarse en 2004. Vink no asistió al momento final, pero ella le pidió autorización para dejar sobre la mesa la correspondencia que ambos mantuvieron durante meses. Un modo de protesta por estar obligada a quitarse la vida de forma clandestina. El ministerio público consideró delito las frases en que Vink explicaba cómo hacerse con el cóctel mortífero.
La ley holandesa impide ofrecer «instrucciones» a una persona sobre cómo suicidarse, pero sí darle «información». Una distinción semántica de la que Ton Vink salió airoso. Otros consejeros de De Einder no corrieron la misma suerte. Tampoco hicieron gala de la misma precaución. Uno visitó la cárcel por haber participado activamente en un suicidio. Y un segundo, Jan Hilarius, de 73 años, creador de la fundación en 1995, terminará seguramente entre rejas por haber entregado personalmente las píldoras letales a un joven de 25 años.
MIEDO AL FALLO
Muchos fines de semana, Ton Vink ve un partido de fútbol o pasea con su esposa sabiendo que uno de sus clientes ha fijado en ese instante su hora H. Otros le piden que asista al momento fatídico. El consejero les recomienda que se rodeen de personas cercanas, pero muchas veces no puede negarse. Hay quien necesita el apoyo moral de su confidente. Otros no tienen a nadie más.
Llegado el momento decisivo, que tiene lugar en casa de quien se despide, el consejero pone a prueba una última vez su convicción. Hasta el momento, ninguno se ha retractado. La mayoría actúa con parsimonia. Para qué tener prisas. Después Vick explica, en voz alta, «las reglas del juego». El interesado debe llevar a cabo cada acción. Nadie puede ayudarle. La ley permite contemplar un suicidio, pero no colaborar. Después sólo queda esperar. Los párpados se cierran. Los protagonistas suelen pedir a Ton y a sus allegados que se queden al menos una hora. El miedo a un fallo imposible. Hubo quien le recordó que cerrase con llave al salir. Como si las manías cotidianas conjurasen el peso de la tragedia.
-¿Cómo soporta asistir regularmente a la muerte de personas?
-Es duro, sí. Digamos que es uno de los gajes de este oficio. No será la única chanza en tres horas de conversación. Quizás sólo con esa distancia sea posible asistir a la muerte de alguien, después cerrar la puerta (con llave), volver a casa, cenar con la familia y dormir hasta el día siguiente. Hasta que vuelva a sonar el timbre en el anónimo chalé de ladrillo visto. Uno de ésos donde nunca pasa nada.
Menos eutanasia, más sedación paliativa
Hace cinco años, Holanda fue el primer país europeo en legalizar la eutanasia. Un lustro de experiencia que ofrece un balance sorprendente: el número de enfermos que obtiene el permiso legal de acabar con sus días ha caído un 30%. De los 3.500 muertos de 2001, a los 2.325 de 2005. Lo que se resta a la eutanasia hay que sumarlo a los cuidados paliativos, destinados a mitigar el sufrimiento de las enfermedades terminales: 9.600 pacientes hicieron uso de este método en 2005, por sólo 8.500 en 2001. ¿Ha pasado de moda la eutanasia? No parece ser el caso, como reconocen sus propios adversarios.
«La gente la solicita cada vez con más frecuencia. Creen que se ha convertido en un derecho», admite a su pesar Henk Jochemsen, director del Instituto Lindeboom de ética médica, uno de los baluartes de la lucha contra la eutanasia. En su conversación con Crónica, este catedrático de confesión católica apunta dos razones para explicar dicha tendencia a la baja. La primera, que los médicos, por motivos «morales, psicológicos, legales y profesionales», ejercen de polder (los diques holandeses que frenan el avance del mar) ante las demandas cada vez más numerosas de muerte anticipada. La segunda, la explosión de la sedación paliativa, ya bautizada en Holanda como «eutanasia encubierta».
Este método está concebido para mitigar el sufrimiento de un paciente terminal y sólo debe aplicarse cuando las expectativas de vida no superan los 15 días. En la práctica, se ejecuta mucho antes del plazo y con fines mortíferos: dejar de nutrir, durante la inconsciencia, a enfermos que, en caso contrario, no morirían por sí solos. Una realidad que el Ministerio de Sanidad admitió en un reciente informe.
La ley obliga a que todo paciente aspirante a la eutanasia presente una demanda argumentada, que su sufrimiento sea insoportable y sin posibilidad razonable de ser aliviado, que el doctor acepte y haya luz verde de un segundo médico. Mientras la eutanasia exige un riguroso control legal, la sedación no requiere permisos especiales y es moralmente más fácil de asumir para los galenos.
Jochemsen avisa sobre el peligro de abrir la veda: «Cuando se admite éticamente matar a un enfermo, el proceso no tiene fin». En Bélgica, el otro país europeo en que la eutanasia es legal, se batalla para que sea posible solicitarla por enfermedades mentales. En Holanda, donde sí se puede, algunas asociaciones piden la creación de un tercer supuesto: la muerte por problemas existenciales. «El Tribunal Supremo se ha negado, pero queremos que la gente pueda poner fin a su vida si ésta les resulta insoportable porque están solos o tristes», explica a este suplemento Rob Jonquiere, director de la potente asociación NVVE (Derecho a Morir Dignamente).
Lo que no está permitido en Holanda (aunque sí en Suiza) es el suicidio asistido, puesto que toda inducción o colaboración activa en la muerte de otra persona es considerada un delito, salvo en el caso regulado de la eutanasia. De ahí los problemas legales para los consejeros de suicidios.
El suicidio asistido fue el método utilizado por Ramón Sampedro para darse la muerte y escapar de su tetraplejia. El caso de este gallego abrió públicamente en España el debate de la eutanasia. Relanzado ahora, tímidamente, por las declaraciones del ministro de Sanidad, Bernat Soria, sobre la eutanasia como «asignatura pendiente en la sociedad española». El presidente José Luis Rodríguez Zapatero prometió en el arranque de la legislatura un debate público sobre la cuestión, que tendrá que esperar, por lo menos y victoria mediante, hasta su próximo Gobierno.
Rob Jonquiere reconoce su sorpresa ante la posibilidad de que España imite a Holanda. Y, haciendo gala de civismo, nos da un consejo: copiar los controles de la ley holandesa sin dejar a desmano nuestra idiosincrasia: «Nosotros fuimos los primeros porque es parte de nuestra cultura. Es imprescindible que la sociedad secunde mayoritariamente leyes como ésta. Por eso me parece inevitable que el Gobierno español dialogue con la Iglesia Católica».
Lejos del dogmatismo de corrala con el que España dirime sus afrentas ético-políticas (a la sazón, y sólo en esta legislatura: adopción y matrimonios por parte de homosexuales, células madre, clase de Religión y de Educación sobre la Ciudadanía), Holanda es capaz de abordar un debate tan enconado con el aplomo y sentido común de un pueblo que se desplaza en bicicleta.
VOCABULARIO
Eutanasia activa. La muerte de un paciente aplicada por un médico, tras petición del primero y en caso de sufrimiento intolerable e irreversible.
Eutanasia pasiva. En un contexto similar al de la activa, cuando la muerte se produce de forma indirecta, por la omisión de cuidados necesarios para su supervivencia.
Suicidio asistido. El propio paciente provoca su muerte, con la ayuda imprescindible de terceras personas.
Cuidados paliativos.Aquéllos destinados a mitigar el dolor de los pacientes terminales. La sedación terminal, que duerme al paciente, es una de las opciones.